01 febrero 2014

Recuerdo eterno




“Nunca digas nunca”
Una frase cliché tal vez, pero que dejó huella en mi vida, haciéndose parte de mi ser y que me enseñó lo frágil que somos los seres humanos. A partir de ese momento cambié

en muchos aspectos, valoré desde ese día, cada momento y aprendí a disfrutar y dejar el rencor atrás, porque uno no sabe lo que puede acontecer el día de mañana.

Desde el primer día que te conocí me cautivaste con tus ojos café claro y medio rasgados, ese color de piel tan hermoso, un color canela y bronceado por el sol, que reflejaba la disciplina tan constante de remar todos los días bajo ese astro rey del Distrito Federal, que aunque se veía tan indefenso, penetraba hasta los huesos, ese cuerpo atlético y fornido y tu altura que cualquier mujer tendría que ponerse de puntitas para saludarte. Ese día lo recuerdo como si fuera ayer. Yo en ese momento tan indefensa y recién llegada a esa ciudad en donde era chistoso escuchar lo cantadito que hablaban y sorprendida por lo barato que era la comida. Y sin hacer el cuento largo, como imán te aproximaste a mí, yo sonrojada y sin saber que decir, preguntaste por mi nombre, y en ese momento comenzó una historia que vivirá por siempre.


Mi energía no tenía límite, estaba completamente feliz por hacer lo que me gustaba y conocerte. Era una aventura soñada pero en la vida real.

Nuestro primer viaje fue cerquita de la Capital, un viaje extraordinario y que marcaría el rumbo de nuestra relación. A este viaje fueron grandes personas a las que aprecio mucho y de las cuales a una de ellas la considero como si fuera mi hermana por muchos aspectos. En fin, llegamos a nuestro destino, obviamente y como señoritas de casa, las niñas en un carro y los niños en otro. En ese viaje disfrutamos de la alberca y disfruté junto con mis amigas a preparar la cena para ustedes, pero sobretodo para ti.

Regresamos un día después y la magia continuó, deseándote cada día más y conociendo a esa personita tan cariñosa y hermosa que se escondía en ese cuerpo rudo y atlético.

Un mes después de nuestro viaje pasó lo mejor de mi vida, como dirían hoy en día, “comenzamos a andar”, ahora si nos complementábamos en una relación y como olvidarlo, fue un 6 de marzo de hace unos años atrás. Todo era color de rosa y vivía feliz por tenerte a mi lado en las buenas y en las malas.

Vivimos felices y como toda relación con altas y con bajas, viajamos por varios estados de la república, conociendo desde pequeños pueblitos mágicos, a ciudades grandes y playas como Acapulco, la mayoría a escondidas, no por que fuera algo malo salir de viaje, pero si por mi edad y la preocupación por mis padres de andar recorriendo el país sola, aunque a pesar de todo me sentía protegida a tu lado. Y como olvidar ese viaje Brasil y el de Colombia donde literalmente estábamos en medio de la selva en la finca de un señor de aspecto misterioso y con guardias en cada esquina que cuando queríamos ir al pueblito mas cercano, íbamos escoltados cada uno por soldados armados. Ese viaje sí que está lleno de recuerdos y de alegrías, ya que en ese viaje también obtuve mi primer medalla para México.

Pasaron los años y todo se volvía rutina, entrenar, comer y dormir, pero había algo en nosotros que siempre nos mantenía con esa chispa que para muchos es difícil alcanzarla.

Recuerdo los consejos que me dabas, cada uno con enseñanzas de vida. Aprendí a ver las cosas de otra manera, a salir de mi burbujita en la que vivía en Monterrey, creciendo y madurando como persona, a conocer los diferentes estatus sociales y que la vida a veces puede ser muy dura, pero siempre hay luz al final.

Me encantaba acariciar tu rostro, y tu tan sereno te dejabas querer a pesar de ser muy melosa en ocasiones, por lo que siempre me cuestionabas y me preguntabas ¿Por qué te gusta tanto hacer esto? A lo que yo te respondía: “Para no olvidarte los días que me vaya a casa”, (Monterrey). Era algo que por instinto me gustaba hacer cuando sabía que no te vería por algunos días, mientras que tu respuesta era: “Tranquila, ni que me fuera a pasar algo”, palabras que hasta la fecha siguen en mi cabeza y admito que aunque fuera raro lo que te hacía, al final sería algo que recordaría para siempre.

Ya habían pasado cuatro años desde ese momento mágico y como de costumbre separé unos días para ir a mi casa y adelantar materias de la universidad. Nos comunicábamos a diario y te extrañaba montones y como toda mujer enamorada, contaba los días para volvernos a ver.

Una noche mientras conducía me llamaste y tus palabras fueron claras y precisas: “Mi amor, tengo sólo un minuto de saldo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo…” y se cortó la llamada. Ese día me hiciste muy feliz porque no me lo esperaba y tus palabras me llenaron el corazón.

Al día siguiente me fui a remar como de costumbre y al salir tenía lo que nunca en mi vida, montones de llamadas y de mensajes de texto (no existía el WhatsApp)… me sorprendí y fui leyendo uno a uno los mensajes, y quedé en shock por lo que decían. No sabía que pasaba porque nadie me lo mencionaba, sólo me decían que fuera al DF urgentemente porque algo había pasado. Entre la preocupación y la desesperación de no saber lo que pasaba llamé inmediatamente a mi amiga que mencioné al comienzo de este escrito, ella solo pudo decirme que mi alma gemela, mi amor eterno había tenido un terrible accidente y estaba muy mal, en ese momento mi mundo se congelo por un instante y en el trayecto de la Casa Bote a mi casa fue lo peor que he pasado en mi vida, por poco choco varias veces porque no estaba concentrada al momento de ir al volante, iba a más de 140km/hr y no sabía que esperar. Llegué a mi casa, y de inmediato agarre un par de cambios de ropa y me dirigí al aeropuerto a comprar el primer vuelo hacía la Capital.

El viaje que dura una hora, en esos momentos para mí fue de una eternidad. Llegué finalmente y tome un taxi rumbo al hospital, al llegar tu familia al igual que yo estaba angustiada, todo se sentía tan frío y sólo me pude arropar en la capilla que estaba junto a la sala de espera a rezar un poco. Pasé la noche sin verte y desesperada, porque las reglas de la Marina Armada de México eran de 15 minutos de visita, 3 veces al día.

Llegó el momento de visitarte mi amor y trataba de seguir los protocolos de higiene, lavándome las manos y envolviéndome en batas y protectores en los zapatos, cosa que ni siquiera supe si lo hice bien, no quería desperdiciar ni un minuto, ya que eran muy pero muy estrictos con las visitas. Recuerdo que tu mami me acompañó para abrir la puerta de tu cuarto y en cuanto te ví no lo podía creer, te hablé unos minutos, te abracé, fui fuerte y mantuve las lágrimas en su lugar de origen, sin que se me escapara alguna.

Así transcurrieron varios días y lo único que me importaba eras tú, de la preocupación se me olvidaba comer, y no me importaba no dormir, con tal de esperar noticias buenas por parte de los doctores.

Comenzaron a llegar tus amigos y con ellos un angelito que hasta la fecha se lo agradezco, ella vió el dolor que toda la situación me causaba y me ofreció su casa para descansar y comer, aunque me negaba porque no quería apartarme de tí, hasta que al final acepté, con la condición de regresar a las 6:00am contigo mi amor.

Y así fue, gracias a K.M. y a su familia, me pude tranquilizar y aceptar las cosas que vinieran adelante. Transcurrió la noche y por el acumulado de días sin dormir, caí rendida, hasta que sonó mi despertador y en un par de minutos ya me encontraba en la acera de la avenida pidiendo un taxi que me llevara hasta tí.

Al llegar de nuevo a ese lugar frío y lleno de Marinos, tu familia me concedió una última visita para despedirme de tí, la cual hasta la fecha se los agradezco de corazón.


Pocos minutos después te nos fuiste al cielo, pero tu recuerdo por siempre lo llevaré en mi corazón y con ello las miles de enseñanzas que aprendí a tu lado.




In loving memory of David Valdez (1987-2009)†


“La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo”François Mauriac



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Escrito por: Carla Salinas



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