Nota perfecta
Fue aquella noche en la cual el viento hizo el papel principal de
esta dulce venganza por haber aventado hacia mi ventana ese poco de ramas que
provocaron un fuerte rugido el cual provocó una sensación en mi cuerpo que hizo
que despertara de ese sueño y pusiera en sintonía mis pies con la gravedad.
No pasó ni un minuto para que mi motor vital comenzara a bombear más
y más sangre, con ese ritmo que en vez de melodía como acostumbraba, cambiaba
radicalmente a un ritmo ferozmente embriagante; mis venas comenzaron a
dilatarse de tal manera que podía ver a través de mi brazo como la dulzura de
mi sangre envenenaba mi cuerpo con cada latido y mejor aún, ese veneno llenó mi
cerebro de oxígeno y poco a poco de una idea, que con cada latido se convertía
en un reto plasmado como la huella de un perro en una banqueta fresca de
cemento. Esa idea se fue solidificando con el paso de los segundos, al igual
que la mezcla al secarse y así como la marca en la banqueta, así quedo ese
pensamiento en mi cabeza.
Decidí salir de mi cuarto y dirigirme hacia la puerta de salida, no
sin antes cubrirme los pies con esas botas negras, la cuales reflejaban los
kilómetros recorridos y las historias que por más milimétrico que fuera se
reflejaban con algún detalle plasmado. Cubrí mi cuerpo con una gabardina negra
que llegaba hasta mis rodillas y
salí despavorido en la dirección que mis latidos me decían. Subí al auto, lo
encendí y activé los parabrisas.
Me estacioné a unas cuadras de mi destino, caminé bajo la lluvia y llegué
sin avisar a la casa de Mónica, agitado, y con los ojos como un lobo; grandes,
hambrientos y cristalinos que dejaban ver unos cuantos hilitos rojos tratando
de explotar por el éxtasis que sentí al ver a mi presa justo frente a mí.
Ella, tan dulce que se veía e inocente, con una bata rosada y el
cabello por debajo de los hombros de un color castaño con destellos dorados,
una voz dulce y esos ojos verde esmeralda que combinaban con su manicure. Ella,
sin embargo, no mostraba rastro alguno de culpa por haber sido la protagonista
de la muerte de mi mejor amigo. Eso me llenó de rabia.
Mi mente brillaba como los fuegos artificiales al recibir el año
nuevo, esto por el choque de las conexiones de mis neuronas, que estaban
trabajando junto conmigo para el plan perfecto.
Decidí ponerme en sintonía con ella como lo hace un depredador con
su presa, y así como los cuentos de vampiros, esperé a que me invitara a pasar
a su casa y no tardó mucho para decirme: Gustas un café? A lo cual accedí sin
maquillar un gracias con palabras bonitas como ella acostumbraba. Una vez
dentro de la escena del crimen, pidió mi abrigo y guantes para colgarlos en el
ropero de la entrada a lo que me negué, no quería dejar más pistas de las que
mi ADN o cabellos negros quedaran por la habitación.
Conversamos un rato de pura paja y cosas que no me interesaban en lo
absoluto, pero que mi mente necesitaba para procesar en ese lapso un plan de
venganza.
En lo que Mónica preparaba la segunda ronda de café, tuve
oportunidad de visualizar cada imagen que tenía en esa pared amarilla debajo de
las escaleras. Percatándome que las fotos de mi amigo habían sido reemplazadas
por otro chavo, haciendo evidente el engaño y el daño que ella provocó en mi
amigo, generándole una depresión tan grande que su única salida fue arrebatarse
la vida.
Al regresar Mónica de la cocina, con esa bandeja de plata y esa
tetera tan costosa, regresé al sofá donde conversábamos minutos antes. Ella
sirvió el café en las tazas que en uno de los viajes de mi amigo le trajo a su
amada, y aún con su muerte se atrevía a seguir bebiendo en las misma que alguna
vez fueron motivo de felicidad. Le di un sorbo al café y mi mente se activó
como cuando con un clic se activa la televisión; le pedí azúcar, y al darse la
vuelta aproveché para endulzar su taza con mi veneno, ese dulce que al probarlo
se podría sentir y que al terminarse se podría olvidar. Ella volteó y colocó un
terrón de azúcar en mi taza y dos en la suya. Esperé a que le diera un buen
trago a su café y decidí esperar hasta que mi veneno la adormeciera un poco
para comenzar con mi plan.
Cuando por fin la plática tuvo un silencio tan contundente en el
cual sólo escuchaba el tic tac de mi corazón, decidí ir al sótano, donde mi
amigo procuraba todos los días y donde pasábamos gran parte de las tardes en su
taller. Tomé un par de cuerdas y me dirigí a la cocina por un par de bolsas. Al
dirigirme a la sala donde dormitaba mi presa, mis ojos tuvieron contacto con un
par de cuchillos muy bien acomodados justo al lado del microondas. No lo dudé
ni un segundo, cuando en mi mano ya tenía las cuerdas, las bolsas y los
cuchillos.
Enseguida me dedique en un lapso de 10 minutos a amarrarla de tal
forma que Marques de Sade me hubiera
dado el mayor reconocimiento por atarla de una forma tan sádica que a su vez
era extremadamente sexy y excitante, que cualquier hombre moriría por una noche
con ella, sin embargo sería mi noche, mi locura, mi regalo, mi venganza.
Espere a que sus ojos poco a poco se fuera abriendo lentamente,
mientras yo disfrutaba de los placeres y dones que algunas mujeres poseen, y no
hablo físicamente, hablo de las delicias que crean en la cocina, devorándome la
cena que esa noche suponía ser para ella.
Con un bocado en la boca, escuche un grito y fui directo a la sala.
Ella con los ojos sin rumbo y yo ahí enfrente, mirando y tragando ese bocado a
la vez. Mantuvimos la mirada por
unos segundos y decidí que era hora de comenzar.
La muy ilusa me rogó por su vida, cuando por un momento pensé que si
pedía perdón por la muerte de mi amigo, tal vez la perdonara y la hubiera
salvado. Pero nunca lo mencionó y más gozo me dio para seguir con mi pauta
aquella noche.
La comencé a torturar de poco a poco, ya había rogado tanto que me
harté, le fui quemando sus partes más sagradas hasta llegar al monte de venus.
Debilitada y ensangrentada proseguí con los cuchillos, desactivando cada uno de
sus órganos con una buena puñalada llena de ira en la que descargaba mi coraje
en su cuerpo, y para finalizar por gusto le corté la lengua.
Media hora después de comenzar este juego, la hice pedazos de tal
forma que cupieran en las bolsas que esperaban por su alma.
Me dirigí a la puerta trasera de la casa con las bolsas arrastrando,
pasando por el muro de la escalera, el baño y la cocina. Al llegar al patio
seguí arrastrando hasta llegar a lo más profundo del terreno donde yacía un río
que por la lluvia que había esa noche fría, la corriente del agua jugaba a mi
favor y poco a poco fui tirando cada una de las bolsas hasta terminar mi
objetivo.
Regresé a la casa y me dediqué a quemar los guantes, tales que nunca
me quité para no dejar rastro alguno. Salí de la escena del crimen, caminé
hacia mi auto y me fui a dormir como de costumbre a las 11:30 de la noche.
Al día siguiente ella cumplió uno de sus sueños, porque apareció en
cada uno de los periódicos más importantes de la ciudad, haciéndose conocida
por la sociedad de cualquier clase, saliendo en la nota principal, la nota
perfecta; creando fama aunque no
con su mejor perfil, y yo; yo simplemente cumplí mi dulce venganza.
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