18 noviembre 2014

Dulce peligro


Ella abrió los ojos de poco a poco. – Acércate dijo Kevin.

Sophia trató, aun sin poder mover el total de sus extremidades, se arrastraba como un gusano hacía el lugar donde Kevin se encontraba. – Pero, ¿qué pasó? dijo Sophia.
Mirando lentamente a su alrededor, solos en el bosque de Snagov, a unos cuantos metros del lago que limitaba con la casa de Drácula.

-        No entiendo dónde estoy. – dijo sorprendida.
-        Lo que yo recuerdo, es estar en casa de tus abuelos tratando de aprovechar la situación para tener unos minutos a solas en el sótano y compaginarnos con amor, también recuerdo que justo en ese rincón donde nos colocamos para deleitar el sabor de nuestra piel, tu cabeza ligeramente topó con un gran barril rojo lleno de chicles de todos colores y con la etiqueta de peligro.

Ya justo cuando terminamos, agarramos un par de chicles y subimos las escaleras del sótano para incorporarnos a la sala donde tu abuelo observaba su novela favorita.
Ella miraba en el abismo tratando de recordarlo, pero sólo obtenía flash backs de aquel momento, sin llegar a comprender.

-        Kevin! Tu boca! – gritó Sophia.
-        Pero que tengo? - le respondió.
-        Tus dientes, tu lengua, tus labios están verdes!
-        Sophia, trata de acercarte un poco más, creo que tu boca también está ligeramente marcada con un color púrpura.

Ellos se observaron con mucho detalle y en efecto tenían toda la boca pintada de colores. Miraron a su alrededor, titiritando de frio y con pocas fuerzas para levantarse y buscar alguna salida.

¿Pero cómo habían llegado hasta el bosque de Snagov en Rumania? Si ellos eran residentes en Francia. Algo estaba mal. La noche empezaba a despedir al sol y el viento soplaba cada vez más y más.
Pasaron las horas y el hambre comenzó a tener presencia en sus cuerpos. Checaron sus bolsillos y encontraron un par de chicles de los cuales Kevin recordaba haber visto en el sótano.

-        Es todo lo que tenemos. Gustas uno. – dijo Kevin.
-        Asustada, con hambre y frío, Sophia acepto.

Y en eso en un abrir y cerrar de ojos, comieron dos chicles, uno naranja y otro azul. Sus bocas se iluminaron de colores, tanto que la noche parecía día coloreándose el cielo de colores como el atardecer y en eso todo se volvió oscuridad acompañado de un fuerte estruendo.

Los dos asustados observaron a su alrededor y ahora estaban en Latina, un pequeño pueblo en las costas de Italia, en la cima del cerro que dividía al mar del rio.

-        ¿Pero que tienen estos chicles? – sorprendida, dijo Sophia.
-        No lo sé, pero nos quedan dos de color y dos negros. Disfrutemos de su dulzura.

Sophia se dejó llevar por la curiosidad, más que por las ganas de tener una explicación y probó otro chicle. Esta vez los trasladó a Beijing en la cima de un edificio donde podrían observar las millones de personas que andaban en la calle y un sinfín de panorámicos con publicidad desconocida. Fue tan romántico el momento que sus bocas se juntaron creando otro sabor con la mezcla de sus chiles, despertando en Brasil en medio del carnaval.

Corrieron entre la multitud para encontrarse, pero la gente los separaba aún más, pasaban las bailarinas cariocas, las paulistas, las bandas sartanejas y un gran número de espectáculos, uno tras otro en caravana, mientras Kevin y Sophia gritaban para no perderse.

Al final se encontraron detrás de las gradas donde los más afortunados compran su espacio para ver el carnaval desde esas gradas frías de cemento.

Cansados por las aventuras y por recorrer tantos países, decidieron probar los últimos chicles, los negros, los que seguramente los llevarían de regreso a la casa de los abuelos, los que en su envoltura no especificaba el sabor ni las siglas de peligro, los que serían su salvación. Pero en ese momento, kevin se percató de haber descuidado su bolsillo y por causas de la corredera y el gentío, ese chicle se perdió. Solo quedaba el de Sophia.

-        Que haremos. Llorando, dijo Sophia.
-        Probaremos ese último chicle, ese que tienes tú y nos juntaremos con un beso. Dijo Kevin.
-        Con dudas, Sophia accedió.

Abrió la envoltura de ese último dulce, lo coloco en su boca y en seguida lo mordió, iluminando aún más el carnaval y llenando a Brasil de colores, Kevin no tardo en abrazarla y darle ese beso que los llevaría de regreso.

-         Ella abrió los ojos de poco a poco. Levántate Kevin! Lo logramos! Gritaba entusiasmada.
Kevin la abrazaba pero no respondió. Sophia lo agitó, lo besó, le gritó hasta que el poco a poco abrió los ojos y dijo: mi nombre es João.

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