Dulce peligro
Sophia trató, aun sin poder mover el total de sus extremidades, se
arrastraba como un gusano hacía el lugar donde Kevin se encontraba. – Pero,
¿qué pasó? dijo Sophia.
Mirando lentamente a su alrededor, solos en el bosque de Snagov, a
unos cuantos metros del lago que limitaba con la casa de Drácula.
-
No entiendo dónde estoy. – dijo
sorprendida.
-
Lo que yo recuerdo, es estar en
casa de tus abuelos tratando de aprovechar la situación para tener unos minutos
a solas en el sótano y compaginarnos con amor, también recuerdo que justo en
ese rincón donde nos colocamos para deleitar el sabor de nuestra piel, tu
cabeza ligeramente topó con un gran barril rojo lleno de chicles de todos
colores y con la etiqueta de peligro.
Ya justo cuando terminamos, agarramos un par de chicles y subimos
las escaleras del sótano para incorporarnos a la sala donde tu abuelo observaba
su novela favorita.
Ella miraba en el abismo tratando de recordarlo, pero sólo obtenía
flash backs de aquel momento, sin llegar a comprender.
-
Kevin! Tu boca! – gritó Sophia.
-
Pero que tengo? - le respondió.
-
Tus dientes, tu lengua, tus
labios están verdes!
-
Sophia, trata de acercarte un
poco más, creo que tu boca también está ligeramente marcada con un color
púrpura.
Ellos se observaron con mucho detalle y en efecto tenían toda la
boca pintada de colores. Miraron a su alrededor, titiritando de frio y con
pocas fuerzas para levantarse y buscar alguna salida.
¿Pero cómo habían llegado hasta el bosque de Snagov en Rumania? Si
ellos eran residentes en Francia. Algo estaba mal. La noche empezaba a despedir
al sol y el viento soplaba cada vez más y más.
Pasaron las horas y el hambre comenzó a tener presencia en sus
cuerpos. Checaron sus bolsillos y encontraron un par de chicles de los cuales
Kevin recordaba haber visto en el sótano.
-
Es todo lo que tenemos. Gustas
uno. – dijo Kevin.
-
Asustada, con hambre y frío,
Sophia acepto.
Y en eso en un abrir y cerrar de ojos, comieron dos chicles, uno
naranja y otro azul. Sus bocas se iluminaron de colores, tanto que la noche
parecía día coloreándose el cielo de colores como el atardecer y en eso todo se
volvió oscuridad acompañado de un fuerte estruendo.
Los dos asustados observaron a su alrededor y ahora estaban en Latina,
un pequeño pueblo en las costas de Italia, en la cima del cerro que dividía al
mar del rio.
-
¿Pero que tienen estos chicles?
– sorprendida, dijo Sophia.
-
No lo sé, pero nos quedan dos
de color y dos negros. Disfrutemos de su dulzura.
Sophia se dejó llevar por la curiosidad, más que por las ganas de
tener una explicación y probó otro chicle. Esta vez los trasladó a Beijing en
la cima de un edificio donde podrían observar las millones de personas que
andaban en la calle y un sinfín de panorámicos con publicidad desconocida. Fue
tan romántico el momento que sus bocas se juntaron creando otro sabor con la
mezcla de sus chiles, despertando en Brasil en medio del carnaval.
Corrieron entre la multitud para encontrarse, pero la gente los
separaba aún más, pasaban las bailarinas cariocas, las paulistas, las bandas
sartanejas y un gran número de espectáculos, uno tras otro en caravana,
mientras Kevin y Sophia gritaban para no perderse.
Al final se encontraron detrás de las gradas donde los más
afortunados compran su espacio para ver el carnaval desde esas gradas frías de
cemento.
Cansados por las aventuras y por recorrer tantos países, decidieron
probar los últimos chicles, los negros, los que seguramente los llevarían de
regreso a la casa de los abuelos, los que en su envoltura no especificaba el
sabor ni las siglas de peligro, los que serían su salvación. Pero en ese
momento, kevin se percató de haber descuidado su bolsillo y por causas de la corredera
y el gentío, ese chicle se perdió. Solo quedaba el de Sophia.
-
Que haremos. Llorando, dijo
Sophia.
-
Con dudas, Sophia accedió.
Abrió la envoltura de ese último dulce, lo coloco en su boca y en
seguida lo mordió, iluminando aún más el carnaval y llenando a Brasil de
colores, Kevin no tardo en abrazarla y darle ese beso que los llevaría de
regreso.
-
Ella abrió los ojos de poco a poco. Levántate Kevin! Lo logramos!
Gritaba entusiasmada.
Kevin la abrazaba pero no respondió. Sophia lo agitó, lo besó, le
gritó hasta que el poco a poco abrió los ojos y dijo: mi nombre es João.
0 comentarios:
Publicar un comentario